Patriarca esmeraldeño de la horqueta,
donde el paraíso brota en tierra fértil,
germina la semilla ancestral, raíz profunda
de los Tello Sevilla, estirpe noble y eterna.
Semilla que, al florecer, es grandeza y abundancia,
riqueza en la savia, promesa en los surcos,
su sombra es patria, su fruto legado,
y en su tronco se anida el porvenir fecundo.
Patrón majestuoso, de ala ancha y caballo blanco,
bigotes que evocan al Quijote, con su estampa altiva,
su paso deja huella en la tierra que lo venera,
como el eco de un río que jamás se agota.
Aquí, seguimos su senda, gran hombre afortunado,
en los campos que labra, en la vida que siembra,
agricultura y ganadería, su legado inmortal,
extensas tierras que su mano firme ha defendido.
Leodegar, que navega en el Marañón bravo,
y se funde con el Pacífico en Ostiones,
blanco y verde es su estirpe, su estandarte, su nombre,
en su sangre late el espíritu de un guayacán eterno.
Hoy celebramos sus 88 años,
con gratitud y admiración profunda,
porque usted, Don Leodegar, es más que un hombre,
es un árbol inmenso, raíz y cielo, inmortal en su suelo.
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