En la danza sutil entre travesaños suspendida,
la hamaca de mallas de ceda, cuerdas que entrelazan,
se convierte en un refugio de deleite,
acompañado por la sinfonía de la naturaleza,
un tapiz de campos y animales domésticos,
bajo los rayos solares que acarician el horizonte.
Al compás de su vaivén, la hamaca susurra secretos,
infundiendo un toque único, fresco movimiento,
un delicado vals en el lienzo de la existencia,
donde el aire acaricia con su frescura,
creando un rincón de placer y sosiego,
donde el alma encuentra su reposo.
En este trance de conciencia, meditación serena,
el reposo se convierte en un lecho de paz,
donde la mente, en estado alfa, danza,
armonizando con el silencio y la quietud,
mientras la vista se pierde en la maravilla campestre,
contemplando nubes voluminosas y celestiales,
donde el sol derrama su luz, cálido abrazo.
Libélulas y mariposas, visitantes resplandecientes,
danzan entre las flores del jardín natural,
mientras un colibrí, como un pintor maestro,
extrae el néctar de una flor con destreza.
Bajo el abrazo de un guayacán cercano,
donde aves reposan y entonan su sinfonía,
se despliega un espectáculo aéreo,
gaviotas, patillos, loros, todos en armonía,
una conversación alada que el corazón puede entender.
Aquí se revela la oportunidad,
de descubrir el esplendor oculto del eseyer,
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