En la vastedad del globo se dibuja el Solsticio de Invierno,
un ballet acuático que danza en la franja equidistante,
el arquetipo de la physis revela su esencia primigenia,
la génesis de la naturaleza, un susurro ancestral.
Los árboles, reverentes, reciben la caricia líquida,
la lluvia, néctar divino, abraza sus raíces sedientas,
un ciclo nutricional comienza su danza celestial,
donde los elementos convergen en una sinfonía de vida.
Las aguas, como artífices de la creación, esculpen el renacer,
nutrientes secretos fluyen en el río de la existencia,
despierta la vida aletargada, un soplo divino de rejuvenecimiento,
desde esta esquina del firmamento, la danza verde se despliega.
Los árboles, testigos del paso del tiempo sideral,
adornan sus ramas con hojas, vestiduras de esmeralda,
y el campo, antes yerto, se viste de gala,
verde que enamora, verde que sueña.
En este desfile cívico-militar del agua,
la vida marcha con paso triunfal,
la naturaleza, general en su propia epopeya,
teje un tapiz de verdor que conquista el corazón.
¡Oh, Solsticio de Invierno, maestro de la regeneración!
En tu lluvioso abrazo, la tierra despierta,
y en el escenario de la existencia, la vida florece,
como un poema sublime, verde que te quiero verde.
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